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Martin Aristondo, Markel Ruiz, Berta Larrañaga, Miren Urizar eta Jakobe Urzainqui |
-Hola verdecita, ¡ya estoy aquí!
Sergio oye la voz de su vecina, que no sabe como se llama, a través de la galería.
Ella vive en el piso de abajo, y los dos tienen una especie de balconcito en la parte del patio interior del edificio.
El balcón de Sergio queda justo encima del de la vecina y oye perfectamente todo lo que se dice. Que es básicamente lo que le dice la niña, porque Verdecita no dice nunca nada.
Sergio sólo oye a la niña y, alguna que otra vez, algún grito de una persona mayor que le llama para que entre dentro.
¡Guapa a merendar!, o ¡Cariño pasa venga, que te tienes que bañar!
Curiosamente, nunca la llama por ningún nombre de niña. Sergio cree que es porque a sus padres ya no les gusta el nombre que le pusieron, y por eso ahora sólo utilizan nombres un poco cursis.
Pero a Sergio no le preocupa. Lo que realmente quiere saber es porque Verdecita no contesta nunca a la niña.
Hoy, por ejemplo, después del saludo, Sergio oye como la niña le explica todo lo que ha hecho en la escuela.
- He llegado un poco tarde a la escuela esta mañana, ¿Sabes? Porque mamá me ha querido peinar bien y, como tenía el pelo lleno de enredos hemos estado casi un cuarto de hora en el lavabo.
Pero no pasa nada, por llegar un poco tarde, si es un poquito, claro, porque si es más de diez minutos… entonces sí que da un poco de vergüenza entrar en la clase cuando todo el mundo está en su sitio y la maestra ha empezado a hablar.
La vecina tenía mucha labia, y Sergio se distraía escuchándola. A veces se tiene que aguantar por no decir él alguna cosa, ¡y hasta hay veces que tiene que hacer esfuerzos para no reírse! Porque la vecina es graciosa y de vez en cuando le pasan cosas realmente divertidas. Un día explicó que se había comido una pastilla de caldo de pescado pensando que era un bombón:
-¡No veas, Verdecita, no sabes cómo es de asquerosa! La he cogido de un frasco de la nevera pensando que era una cosa buena, de chocolate o así. ¡Pero qué va!
Se ve que el otro día a la abuela se le mojó la caja de pastillas para el caldo, y entonces la desenvolvió todas y las guardó en un frasco. Y son de un color oscurito ¿sabes?
Y como no sabía qué eran, me he puesto una en la boca y al morderla… ¡beeeeecs!
¡Era muy mala, Verdecita, muy mala! La he escupido en toda el fregadero, y entonces papá me ha dicho que era un pastilla para el caldo, para hacer sopa de pescado.
Imagínate que gusto más fuerte y más malo, todo el pescado en una pastilla…
Sergio está en la galería escuchando a la vecina y ya no puede más. La curiosidad por saber porque verdecita no habla es tan grande, que decide pasar a la acción. Como no quiere parecer un curioso, decide buscar alguna manera para bajar al piso de la vecina e ir hasta la galería.
Dicho y hecho: coge un calcetín de los que hay en el cesto de la ropa sucia y, asomándose un poco (¡sólo un poco!) a la barandilla de la galería, lo deja caer al piso de abajo.
-¡Aaaayyyy! ¿Qué es esto?
En el piso de abajo, la vecina se saca el calcetín de la cabeza, que le ha dado de lleno. Mientras tanto, Sergio ya está en la puerta de su casa y, sin decir absolutamente nada a nadie, abre y sale a la escalera.
Justo cuando llama a la puerta del piso de la vecina oye a su madre que lo llama, pero ya es demasiado tarde. La puerta se abre y un señor le pregunta qué quiere:
-Hola, señor. Necesito entrar en su galería para buscar un calcetín que se me ha caído.
Lo dice tan decidido que el padre de la vecina le hace pasar y le acompaña.
Al llegar a la galería, Sergio ve por fin la cara de su vecina: es una niña pelirroja con dos trenzas largas que le cuelgan por encima de los hombros. En ese momento está sentada en una silla mirando un calcetín , “su calcetín”, claro.
-Hola se me ha caído.
-¿Se te ha caído? Pues me ha dado en toda la cabeza, y ¡menos mal! Porque si llega a caer encima de Verdecita…
Entonces la niña señala una planta que tiene delante, más alta que ella y con unas hojas enormes.
-¿Esta es Verdecita? ¡Pero si no tiene orejas!
La cara de sorpresa de Sergio es monumental, ¡pero la de la vecina aún lo es más!