EL JUEGO SECRETO DEL ABUELO
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Nahikari Ferreras, Leire Argoitia, Naroa Hernández, Mireia Conde, Maider Pérez |
Cuando pasan por delante de la frutería, la señora Pilar insiste en regalarles una manzana para Pablo y una pera para Clara. La madre siempre ríe y hace el gesto de buscar dinero en el monedero, pero la señora Pilar, es un poco robusta, se pone las manos en la cintura y mueve todo el cuerpo diciendo que no. -¡De ninguna manera! ¡A los niños les regalo yo la fruta porque quiero! Y cuando dice esto pone cara como de estar enfadada y se queda unos segundos seria y en silencio. Después baja la cabeza mirando a los niños fijamente y, cuando ya está tan cerca de sus cabecitas, que ellos pueden notar el calor de su respiración, suelta una gran carcajada. ¡Tan grande que casi despeina a Pablo y a Clara! Son buenos niños, Pablo y Clara.
Eso sí, cada vez que toda la familia coge el coche para ir de vacaciones, ¡no hay quien los pueda aguantar de tan pesados que se ponen! Su padre intenta parar por lo menos una vez cada hora para que todos puedan estirar las piernas. El hombre piensa que si los críos pueden correr un poco, dejarán de chillarse, estirarse los pelos, morderse, pellizcarse… Que se portarán bien, vaya. Pero no hay manera. Todo cambió el día que el abuelo decidió acompañarlos en vacaciones. ¡El abuelo es una persona muy especial! Cuando los niños empezaron con su festival de gritos e insultos, él entendió lo que pasaba: los niños estaban tremendamente aburridos. Cerrados en un espacio pequeño, podrían aguantar una o dos horas sin ponerse histéricos, pero nunca las doce horas que tardaba el padre en conducir de Barcelona a Málaga, donde veraneaban. Por eso, abrazandolos, les explicó a la oreja una serie de cosas que los dejó misteriosamente tranquilos y relajados hasta que, al atardecer, cayeron rendidos encima del abuelo, que de hecho también se durmió.
Una vez despiertos, ya en la casa de Málaga, Pablo y Clara le dijeron a su padre que tenían que volver a la carretera inmediatamente para acabar un juego que les había enseñado el abuelo. Habían conseguido ver desde la ventana la furgoneta verde, el coche con matrícula “M”, un campanario y una moto roja. Pero querían volver porque todavía les faltaba encontrar un coche con un perro dentro y un tractor de color amarillo.