Saturnino Calleja tiene calle y tiene dicho, el famoso "tener más cuento que Calleja".
De Calleja se decía que tenía mucho cuento porque los publicaba. En cantidades industriales, nunca mejor dicho porque fue de los pioneros en profesionalizar el oficio de editor; y en ediciones populares. Hasta el punto de convertirse en una institución dentro del gremio. Saturnino Calleja, de cuya muerte se acaban de cumplir cien años en 2015, está indisolublemente ligado al mundo de la edición infantil. En dos aspectos, inseparablemente unidos a su vez, que son como las dos caras de la moneda de su actividad: los libros de texto y los cuentos, aunque la extraordinaria popularidad de los segundos, origen de la expresión famosa, haya oscurecido a los primeros, que fueron también los primeros cronológicamente.
Los cuentos que le harían célebre no empezó a publicarlos hasta 1884. Antes se centró en los libros escolares, lo que comprendía, además de métodos de lectura, geometrías, geografías o historias de España, catecismos, enciclopedias, manuales de urbanidad y buena crianza (como se llamaban y que incluían nociones de higiene), textos de apoyo como los abecedarios iconográficos, hechos con la clásica idea de instruir deleitando... El afán de modernidad de aquellos libros que hoy nos parecen deliciosamente antañones se transparenta en la voluntad de "poner al alcance de los niños el método científico" y "no exigirles más esfuerzo que lo que ellos sean capaces de hacer", como se recogía en el prólogo de uno de aquellos libros, 'El Instructor', de iniciación a la lectura.
Publicó una cantidad inmensa de ellos, repartidos en colecciones como Nuevas colecciones de cuentos (de hadas, fantásticos...), Biblioteca de recreo, Biblioteca escolar recreativa, Biblioteca ilustrada para niños, Biblioteca Perla, en los que aparecieron relatos de todos los ámbitos, incluyendo a autores como Salgari, Poe, Rider Haggar, el Pinocho de Collodi o narraciones bíblicas.
Mantuvo siempre una relación muy estrecha con sus autores, si bien privilegió a los ilustradores sobre los escritores (autores, traductores o adaptadores). El nombre de estos últimos no siempre aparecía reflejado, lo que tiene buena parte de culpa de que se acabara hablando de "cuentos de Calleja". El trabajo de los ilustradores, en cambio, se cuidaba mucho. Trabajó siempre con los mejores. Tras su muerte, la editorial contó con nombres como Bartolozzi, Penagos, K-Hito o Tono. Finales clásicos, como el "y vivieron felices y comieron perdices", son aportación suya.